FERRAN MASCARELL i CANALDA.
Historiador i Polític. Ex-conseller i ex-regidor de Barcelona, de cultura
Catalunya siempre ha tenido una relación difícil con el Estado; a menudo temerosa y acomplejada, siempre distante. Motivos han sobrado. Tras la derrota militar de 1714 la gran política pasó a ser patrimonio del nuevo Estado y sus instituciones, centralizadas y castellanizadas. Las siguientes generaciones interiorizaron el Estado - con algunas excepciones-como un poder opresor, contrario a sus derechos históricos, recaudador, politiquero, castellanizado, lejano y casi nunca eficiente. Los dirigentes burgueses del XIX aceptaron refugiarse en la producción económica y dejar que la política fuese cosa de Madrid. Se conformaron con que el Estado les garantizara proteccionismo industrial y el préstamo de las fuerzas del orden público cuando los obreros conseguían un jaque.
Quizás por ello el obrerismo catalán defendió durante gran parte del siglo XX la supresión del Estado como uno de sus postulados. Para el común de la generación que luchó para liquidar el Estado franquista el Estado era sinónimo de represión. Catalunya, la izquierda o la derecha, en general, ha mirado el Estado con recelo y como cosa ajena.
Quizás por ello los catalanes desde mediados del siglo XIX han sostenido el catalanismo; fue su antídoto a la inexistencia de un relato de Estado positivo sobre Catalunya. Lo hicieron sin instrumentos de Estado y desde la sociedad civil. Este ha sido su mérito. Se ha construido por agregación de conceptos clave: cultura, política, nación, autogobierno, España, progreso, sociedad civil, autonomía, democracia, independencia, federación y soberanía. Paradójicamente, el catalanismo apenas usó la palabra Estado.
Creo que la sentencia del TC ha levantado viejas barreras psicológicas y ha ratificado a muchos catalanes que el Estado español sigue siendo de otros. Se ha confirmado un hilo conductor que une a José Ortega y Gasset en las Cortes españolas, en el año 1932, en su célebre discurso sobre la conllevancia: "No nos presentéis vuestro afán en términos de soberanía, porque entonces no nos entenderemos. Presentadlo, planteadlo en términos de autonomía". Porque la soberanía es del Estado español y es el Estado quien la otorga y si conviene la retrae. Lo mismo que ha argumentado el TC: nación sólo hay una; lo decimos nosotros aunque seamos una institución caducada, desprestigiada e inoperante.
Somos el poder y las decisiones del Parlamento catalán y de las Cortes Generales, su referéndum y su manifestación no cuentan. El Estado somos nosotros, la única nación es la española y el único Estado es el nuestro. Los atributos de Catalunya los decidimos nosotros; ni su voluntad política, ni sus instituciones democráticas suponen soberanía alguna. El TC ha iluminado la naturaleza exacta del conflicto: algunos se han apropiado del Estado en beneficio propio. Sus intereses radiales no son los nuestros. Siguen empeñados en negarnos como nación, ningunean al catalán, no asumen la cultura catalana, no defienden nuestros intereses económicos, no asumen nuestros objetivos para crear riqueza y trabajo y construir un futuro que pinta difícil. La crónica lejanía del Estado se ha convertido en un peligroso déficit de Estado que además es inadecuado e inmovilista. Creo que la sentencia modificará el catalanismo; por primera vez en su historia será estatista. Los catalanes querremos poseer un estado propio y una plataforma eficiente en la que depositar el bienestar de la nación.
Querremos compartir soberanía con España y con Europa, sin imposiciones ni truculentas reglas de juego. Querremos que la nación sea mucho más que una etiqueta. Querremos ser una comunidad de
ciudadanos con suficiente poder para asegurar nuestro futuro. Dejaremos de lado las recetas genéricas y grandilocuentes (independencia, federalismo, soberanismo o autonomismo) y las exigiremos rellenas de propuestas rigurosas sobre cómo se construyen y a qué sociedad aspiran. Rechazaremos los enunciados y nos volcaremos en la ambición de Estado. Asumiremos que necesitamos más sociedad y mucho más Estado -exclusivo o compartido- pero propio. Necesitamos
más política de Estado y más dirigentes de Estado.
Pero que nadie se confunda, quien esto escribe no es independentista. Somos muchos los catalanes a quienes nos gustaría compartir un Estado eficiente y plural con los demás ciudadanos españoles. Sabemos que la independencia en abstracto no es mejor que una buena federación; aunque no rechazamos la primera si es el único modo de acercarse al modelo de Estado que asegure mejor el futuro de Catalunya y el bienestar de nuestros hijos. Los próximos años serán complicados. Habrá que afrontar la refundación de nuestra economía, la democratización de la política y la institucionalización definitiva de la nación y su Estado. En un mundo global deberemos mejorar el autogobierno y aprender a ganar en los combates que articularán soberanías compartidas con España y con Europa.
En el mundo global una nación con poco Estado o con un Estado ineficiente no avanzará. Queremos un Estado que se adapte a Catalunya como un guante a una mano. Si el guante que nos ofrecen sigue dejando la mitad de nuestros dedos a la intemperie, buscaremos otro -exclusivo o compartido- que los cubra enteros. Deberían entenderlo.
La Vanguardia, 9/9/10